martes, noviembre 29, 2005

Que en sus brazos me sienta una niña pequeña,
sonría, le mienta y se trague mis penas.
Que sacuda mi cama como un animal
y que por las mañanas me dé un poco más.
Que no sea muy malo, que no sea muy bueno
y se me hace regalos, que no le cuesten dinero.

Alguien que cuide de mí,
que quiera matarme y se mate por mí.

miércoles, septiembre 21, 2005

Cuestión de piel...


Se acercó de manera suave, no quería invadir mi espacio y que yo huyera, como otras veces. Esta vez parecía tan tímido como yo, tan temeroso como yo, tan cobarde como yo.
Tenía tantas cosas en mi cabeza: la culpa, la prisa, el miedo, la inminencia y el placer. Pero en el instante en que la piel del interior de su muñeca rozó mi quijada, sentí que el mundo se desvanecía debajo de mí.
Me olvidé de todo y apenas tuve tiempo de concentrarme en su respiración y en la suavidad de su tacto. Quería, necesitaba terriblemente que ese contacto mínimo, ahora de sus manos sujetando mi cara mientras me besaba tiernamente, se extendiera a todo mi cuerpo.
Largos eran los minutos en que encontraba más piel de su cuerpo sobre la piel del mío, pero increíblemente intensos. La tibieza de ese beso largo y profundo aún puedo sentirla, deliciosa, insinuante, dentro de mi boca, y aún se me erizan un poco los vellos de la nuca de recordar el compás de su aliento mientras me besaba. Su lengua, a ratos sensible y suave, a ratos insolente y agresiva, me generaba la excitante sensación de un animal salvaje que quería devorarme, a mí, su presa.
Me salto el corazón cuando me di cuenta que una de sus manos abría los botones de mi blusa. Tenía los ojos a medio cerrar, para mantener la concentración en el descontrol que me hacía sentir su cercanía, y a la vez ver la expresión de goce de su rostro sólo de tenerme cerca, de sentirme suya. Uno a uno los botones fueron cediendo ante sus manos, aún no completamente convencidas de que por fin estábamos frente a frente como un hombre y una mujer. El frío del ambiente erizó de una vez mis pezones, gimiendo él al notarlo en una caricia.
Tal vez debí reaccionar. No para correr y escapar, como siempre, sino para participar del juego y hacerlo mi hombre, tomarlo con decisión, volver a ser esa mujer segura y decidida que siempre fui en la cama... Pero disfrutaba tanto esta sensación de ser conquistada, de pertenecer, de ser guiada por un compañero que me deseaba sin ningún disimulo.
Cuando me di cuenta de que ya no me besaba en los labios, o en las mejillas, o en el mentón, recobré en parte la conciencia. Tenía ya el torso desnudo, mientras él de rodillas besaba mi abdomen y abría suavemente mi pantalón. Dejarme amar y seducir era la consigna, y volví a concentrarme en la deliciosa sensación de su nariz recorriendo apenas la piel de mis caderas. Finalmente, el pantalón y la ropa interior cayeron sobre el piso y por fin me encontré totalmente desnuda y a su disposición, temblando, esta vez de ansiedad, ante ese hombre que sin duda quería ser mi hombre, al menos ahora.
Me cargó en sus brazos y me llevó hasta el sofá. Algo de pudor que me quedaba me forzó a no mirarlo directo a los ojos, mientras lo abrazaba por el cuello. El roce de su ropa sobre mi piel volvió a erizarme completa y a llenarme de deseos de pertenecerle, no en el sentido pasional, sino en todo sentido... a ser suya, a responder a sus expectativas, a unir, así fuera un instante, mi vida a la de él.
Aunque sólo quedó descalzo, el momento en que me penetró fue lleno de una ternura inesperada. Hasta hoy no comprendo si hubo perversión o pudor en el hecho de mantenerse prácticamente vestido junto a una mujer que ponía a su alcance toda su intimidad, toda su fragilidad, sus aprehensiones, sus trancas y su falta de amor por sí misma. Años de fidelidad a una relación tradicional y serena se rompieron por un momento que excedía por mucho la pasión.
Mientras me embestía contra el sofá, y me llenaba de un placer que sólo en el recuerdo guardaba desde la juventud, pura adrenalina, me perseguían pensamientos de reproche. No sólo por tirar, en mi casa, a pleno placer, con otro hombre, sino por desearlo tan intensamente y por tanto tiempo, por querer que ese momento durase mucho tiempo, y no desear a un tiempo dejar mi pareja para irme tras él.
Mientras me besaba con veneración el cuello y los hombros, y me hacía sentir una mujer atractiva, deseable y tremendamente sexy, la imagen de mi familia se movía como un fantasma contra el cielo de la habitación.
Mientras me repetía cuánto había esperado un momento así conmigo, anticipaba una y otra vez el momento en que debería encarar mi vida, toda mi vida, y asumir que si estaba arriesgando mi relación estable a total conciencia, era porque existían asuntos que exigían revisión urgente en mi intimidad.
Pese a tantos enemigos en mi mente, quizás por la entrega sincera a este extraño tan cercano y tan ajeno a la vez, el orgasmo fue inevitable, rítmico, sostenido y largo, como una cascada. Creo que eso decidió todo el futuro inmediato, porque una mujer no puede sino agradecer un orgasmo tan esperado por ambos, y cometí mi peor error de esa noche: YO le besé en los labios. Como una verdadera amante, como una compañera comprometida, en aceptación total de que ese momento había realmente significado mucho en mi vida.
Él sonrió y me acarició el pelo. Me abrazó como se abraza a una compañera (cada vez estaba más convencida de que el error no había sido el sexo, sino la apertura de alma ahora, que comenzábamos a querernos) y simplemente preguntó: "¿Cuándo voy a verte?"

lunes, septiembre 05, 2005

Cicatrices

Creí que nunca en mi vida volvería a hablar de esto con pena. Pensé que ya había superado todos los conflictos relacionados contigo.
Y resulta que después de tanto años, vengo a caer en la cuenta que todo lo que viví por ti, dejó en mi vida tantas cicatrices que, aunque ya no siento pasión ni atracción por ti, continúan conmoviéndome, más por el dolor… más por el sentimiento…
No vayas a confundirte, por favor. Esto no cambia nada de mi vida actual. Rodrigo es mi hombre, es mi amor, es mi compañero y mi amante, y ninguno de esos lugares los llenaría contigo. Tu lugar es fraternal, cariñoso, preocupado, pero diferente.

Te conocí en esa época en la cual todas las mujeres esperamos enamorarnos de un hombre tierno, especial y maravilloso que cambie nuestras vidas… en ese tiempo en el que aún piensas que tu primer amor puede durar para siempre.
Fue como en la canción de Fito Páez: yo no buscaba a nadie y te vi. De hecho, no recuerdo como te conocí, pero recuerdo la primera vez que te vi, con tu guitarra, tus lentes gruesos, tu timidez… Sé que algunas semanas después, alguien nos presentó no sé para qué, y que antes de 2 meses éramos un equipo, tu guitarra de 12 cuerdas, mi voz y la tuya.
Hasta ese momento, todos los muchachos que habían llamado mi atención me despertaban la clásica reacción adolescente de “mariposas en el estómago”. Tú me hacías sentirlas en el pecho, nunca me había pasado algo así… creo que tampoco ha vuelto a pasarme, pues mi relación con Rodrigo es fruto del camino compartido, ha evolucionado con la vida y con nuestra propia evolución; tiene otra forma: no mejor, no peor, sólo distinta, aunque mucho más plena.
Yo nunca tuve facilidad de relacionarme con los chicos que me llamaban la atención; jamás he sabido si existen reglas de aceptación universal, o cómo usar los trucos para llamar la atención, además de vivir entonces el peor periodo de apreciación física personal. Traté por todos los medios de que te fijases en mí, incluso fui casi-casi directa… pero tú nunca cambiaste tu ritmo cariñoso pero lejano, intenso pero asexuado. Yo te reconocí nada más verte; tú casi no me viste.
En el camino cometí errores. Me involucré con un amigo común sólo por no haber tenido el valor de aclararle que mis preocupaciones y afectos por él eran amistosos nada más y tuviste el primer alejamiento visible. Perdí la primera parte de ti, esa que había ganado con la carta del eje y en mi noche especial, la noche de mi graduación, y de la estrella del isósceles que se arma bajo las tres marías… me pregunto si te acordarás…
Tuve una segunda oportunidad e intenté ganarla por todos los medios. Seguías sin verme, pese a que todos notaban la energía que emanábamos cuando estábamos juntos. Mucha gente asumía que éramos pareja. Nuestra comunicación era absolutamente abstracta y sin embargo sin errores. Aquí comenzó a abrirse mi primera herida ¿era posible que yo te viese tan claramente, que yo sintiese tan intensamente en mi corazón que tú eras el correcto, y que tú siguieras sin notarme? Toda mi apariencia física fue cuestionada. Tenía que ser fea, no había otra explicación. Nunca lo dijiste, lo sé; yo lo asumí de tu silencio, nada más.
En un intento por conservar mi vida individual y no dejar pasar mis 20 años sentada esperándote, comencé a salir con un compañero de universidad. Tiempo después, un amigo común me contó que tú creías que yo había llevado a mi pareja a nuestro grupo común para molestarte, y en lugar de enfurecerme por tu egocentrismo y falta de preocupación por mi, tuve una ligera esperanza de que me notases al fin…

En circunstancias que a mi me parecieron delicadas, conociste a la que sería tu mujer en lo sucesivo. Me costó mucho conservar la serenidad, fue difícil para mí mantenerme estable y conservar mi comportamiento habitual para proteger al grupo y a nosotros mismo; pero lo conseguí porque para mí parecía suficiente ser importante en tu vida, ocupar un lugar que, aunque secundario, era de privilegio, absolutamente mío. La percepción que las demás personas y que yo misma tenía de lo que se generaba cuando estábamos juntos no varió en lo absoluto. Ahora sí estaba convencida de que debía ser lo menos atractiva del mundo para que pasases por alto todo lo que teníamos; ni mis padres se comunicaban como lo hacíamos nosotros, o tenían nuestra sintonía. Para que sacrificases todo eso, o para que no te importara, tenía que haber alguna razón.

Creo que fue en el 94 cuando tu mujer, con quien entonces estabas distanciado, decidió vivir en Santiago. Otro amigo me contó que ella había llegado. Mi primera pregunta fue si tú sabías, más por interés personal que preocupación por ti; a la respuesta de nuestro amigo y de ella que no quería que tú supieses, concluí que era un asunto de ustedes y que no correspondía involucrarme. Supongo que siempre pensé que ella misma te contactaría y te diría; no imaginé la posibilidad que otro de nosotros te contase, y menos de que acabarías culpándome de todo a mí. Por segunda vez me heriste profundamente, porque mientras asumías que la actitud de ella era lógica y razonable, e intentabas por todos los medios recuperar tu relación (esto último si puedo entenderlo muy bien), consideraste que yo te había traicionado, y perdí lo único importante y especial que tenía ante tus ojos. Dejé de ser compañera natural, dejaste de confiar en mí para cualquier cosa; ya no sólo no me veías, ahora tampoco me mirabas.
Asumo que no fue intencional darme el tiro de gracia, pero lo hiciste. Con la misma fuerza drástica con la que me apartaste, elegiste para ocupar mi lugar a mi mejor amiga. Me rompiste el corazón terriblemente; toda mi alegría de vivir, mi optimismo, mi energía, era ahora un bulto absolutamente desconocido. El dolor que me causó todo esto por parte de mi amiga es algo que ya hablé, solucioné y obvié con ella; pero por tu parte también me quebró profundamente… cómo podía ser que ahora fuese tanta tu despreocupación o tan grande tu revancha, que eras capaz de mostrar a todo el mundo que en realidad lo que yo consideraba mi lugar especial era casi un cargo por delegación, que no tenía ninguna importancia para ti el hecho de que yo salía de tu vida.
Y esto ya no tenía que ver con el hecho de que yo te viese como el amor de mi vida y tú me estimases, cuando mucho, como amiga. Racionalmente había optado por buscar mi felicidad con otra persona, casi sólo en sacrificio por tu felicidad… pensar que yo creí que podía hacerte sentir triste el que yo me quedase sola y amargada. Con el tiempo empecé a pensar más en mí, pero al inicio, todo mi impulso por ser feliz tenía que ver contigo.

En esas condiciones, nada en mi vida me motivaba. Más me deprimía sentir que el resto de las cosas estaban bien, y que yo no era capaz de valorarlas porque de verdad estaba hecha añicos. Decidí que la única forma de reconstruir mi vida era sin nada tuyo. Todo lo que podía relacionarse contigo fue eliminado o transformado. Las relaciones con los amigos comunes se restringieron a contactos telefónicos y visitas durante la mañana del día de cumpleaños, sólo para evitar ver tu mechoncito claro y tus manos perfectas.
Aunque un par de muchachos se me acercaron e intentaron cosas conmigo, yo no estaba sana. Sentía que mi amor por ti había comprometido mi alma, y que en esas condiciones mi alma estaba rota.
Vaya a saber uno en qué momento fue que comencé a fantasear con tu enfermedad… por favor no pienses que lo deseé, porque no es así, pero cada noche, antes de dormir, me imaginaba en tu dormitorio, cuidándote de un mal indeterminado que iba consumiéndote poco a poco. Una de mis amigas, aunque creía que yo estaba totalmente desequilibrada, me apoyó en el proceso y me invitaba a hablar de lo que pasaba sólo en mi mente: tus frágiles recuperaciones, tu falta de energía, la forma en la que diariamente iba oscureciéndose tu habitación...
Una noche, 4 ó 5 meses después de mi primera visita mental, desperté de madrugada y sentí que habías muerto. Lloré tu muerte. Viví tu duelo. Mi amiga me acompañó y lloró conmigo más de una vez; sin dejar de convencerse de que estaba a punto de volverme esquizofrénica, su compañía fue la constatación de que la pérdida era irremediable… es una de las cosas más increíbles que alguien ha hecho por mí.
Quizás ni siquiera te diste cuenta de todo ese tiempo que estuve fuera de tu vida. En total serían 10 ó 12 meses, quizás más.
Un día, a media mañana, te encontré en un microbús. Puedo verte sentado a la ventana, en un asiento de la fila contraria al chofer, con el sol dándote en la cara. Jamás lo olvidaré, porque, por primera vez en mucho, pero mucho tiempo, te vi y no me dolió. Sin darme cuenta, fui capaz de matar eso de ti que me dañaba, lo que me hizo sufrir, pero lo demás quedó intacto. Fue encontrarme con todo lo que me nutría de ti, lo que me hacía sentir viva, lo que me ponía contenta, y sin sentir pena, ni angustia, ni soledad. Mi Dios por fin había oído mis oraciones: estaba curada del dolor más intenso de mi vida hasta ese momento.

Hoy todo es tan agradablemente distinto. Eres para mí una persona especial, tienes un lugar propio e importante en mi vida y en mi corazón, y todo el amor que he sentido en todos estos años por ti tiene sólo un sentido fraternal. Por eso eres mi hermano, por eso eres mi apoyo. Jamás olvidaré ni dejaré de agradecer los abrazos que me has dado cuando he necesitado de ti, tus palabras de alegría o de felicitación en mis buenos momentos o las situaciones en que me has permitido compartir alguna situación importante de tu vida... Siempre serás parte de mí, y ya no volveré a sufrir jamás por causa de todo lo que pasó… pero llego la hora de enfrentarme a mis cicatrices, y asumir que soy lo que soy en parte por la forma en la que ellas se alojaron en mi corazón. Que tengo que entender que no me hayas visto no tiene que ver con mi apariencia, más por mi misma que por cambiar la imagen que tengo de ti; que no tengo ningún derecho a pretender que, por mis afectos, las personas quedan obligadas a mí, porque nadie está obligado a quererme ni es de mi propiedad. Quiero quererme, bro; necesito empezar de nuevo mi relación con mi propio cuerpo, que es uno de mis grandes asuntos pendientes… quien sabe si 30 años no sea demasiado tiempo para hacer bien las cosas que crecieron torcidas.
No hay culpas, no hay responsabilidades, no hay intenciones en el pasado. Y hoy sólo están nuestras vidas bendecidas con lo que cada uno de nosotros tiene, y con esta comprensión y compañerismo mágicos y únicos que hay entre tú y yo.

viernes, agosto 26, 2005

Para siempre es mucho tiempo...


Muchos de mis amigos y amigas odian el concepto de "para siempre" a propósito del matrimonio y las uniones para toda a vida. No sé por qué, para mí no es asunto importante plantear la idea a propósito de la vida en pareja, sino de la muerte.
Con cuánta liviandad habla alguna gente de la muerte ("me quiero morir" o "primero muerto" o "prefiero la muerte"). Con cuánto terror otra gente esquiva el tema y te hace callar. Yo creo que soy de los que lo asumen con una naturalidad morbosa, o con un morbo casi natural.
En mi familia es tema doloroso, pero medio recurrente por algunas curiosas enfermedades y afecciones que se pasean entre nosotros, al parecer descendencia directa de algún tipo de minoría a la qe la naturaleza considera inapta.
La visita al cementerio era (y aún es) de rigor, pero nunca fue demasiado trágica, salvo el periodo inmediatamente posterior a algún deceso.
La solicitud de intercesión a un hermano, padre, madre o hijo corresponde casi al fenómeno de la santería.
En fin, lo que quiero decir es que no derrumba mucho a nadie. Sólo habemos morboso-naturales y cobardes; ninguno que no comprenda.

Yo tuve mi primera experiencia de pérdida dolorosa con mi abuela; la quería mucho y aún la extraño, aún creo sentir su olor de repente en la calle. Pero ella estaba viejita y era muy comprensible que su cuerpo ya no respondiera.

Mi segunda pérdida fue una tía, también cercana y querida, pero que estuvo enferma por un montón de años. Con ella aprendí el concepto de lamentar la muerte por los deudos y no por el muerto (dejó huérfano a un adolescente), y aunque lloré como una bestia el día de su funeral y también la extraño, su larga enfermedad hizo para mí su muerte menos dolorosa.

Y después fue que perdí el norte. Porque un día mi papá me pidió que le retirara un examen y al leerlo supe que le quedaban pocos meses de vida, con mucha suerte un par de años.
Creo que en cierta forma fue una suerte saberlo antes, supongo que, como dicen los psiquiatras, el duelo siempre es un proceso y yo viví el mío en buena parte antes de perder a mi viejo. También fue bueno creer o saber que él confió en mí de alguna forma indirecta el que fue su secreto por varias semanas, porque claramente yo iba a revisar el examen y me iba a informar, y por lo que conversamos luego, él ya tenía claro que bien no estaba.
Su enfermedad duró lo que tenía que durar. Tuvo algunos meses para dejar las cosas en orden, para despedirse de todo el mundo, para hacer madurar a mi hermana, para convencerme a mí de cuán importante era vivir mi vida. Y un día murió, rodeado de gente que lo quería, respirando con la poca tranquilidad que le permitía su muy mal estado físico tras tres terapias contra el cáncer y dos operaciones.
Pertenezco a una familia muy creyente, por lo que su muerte tuvo muchos significados, y el dolor pasó a un plano secundario. Fue con las semanas que empecé a aterrizar y a sentir pena y desolación, a preguntarme si era normal no sentir rabia, a centrar mis preocupaciones en la persona de mi madre, la viuda (qué palabra odiosa).
Pero el momento determinante fue cuando me di cuenta de que apenas habían pasado unos meses y todo se sentía borroso y lejano. Que la sensación de seguir extrañándolo como el primer día no disminuía, aunque tenía varios factores de distracción, y que el dolor seguía centrándose en la soledad de mi pobre vieja, que por cierto era demasiado joven para pensar en cuántos años le quedaban de enfrentar esa soledad, esa pena, esa desolación...
Yo siempre supe que la muerte implicaba un nunca más, un perder para siempre. Pero darme cuenta de cuánto tiempo es para siempre fue el segundo golpe más duro del duelo. Para siempre es mucho tiempo.