martes, diciembre 19, 2006

Es buena tipa mi vieja...

La Mary es un pequeño personaje de inmenso protagonismo en mi vida. Es mi madre.
Su metro y cincuenta de estatura justifican su apodo de chica, chiquitita, señora chiquita y otras aburridas deformaciones. Mi recuerdo de infancia se cruza entre sus cuidados y su mal carácter y reacciones explosivas, accesos que nunca entendí pero que perdoné hará un par de lustros atrás.
Desconozco la forma de traducir su imagen en nuestra madurez. Por una parte, siempre cedió protagonismo a mi taita, dejándolo ser la voz cantante en las reuniones de apoderados y en las juntas con amigos; por otra, fue la tutora directa en la formación de nuestros hábitos (particularmente mía y de mi hermano). A veces era la vieja de mierda que ponía caras de desagrado o hacía comentarios agrios acerca de alguno de nuestros amigos; otras, la dulce y acogedora anfitriona del 1º de enero o de cada cumpleaños o partido de fútbol. Nunca olvidaré el día en que mi mejor amiga fue a refugiarse a mi casa, a sabiendas de que yo no estaba, en un día terrible para ella, sólo esperando la serena tibieza de mi mamá.
Las cosas han sido duras para mi chica. Cuando se enfermó mi viejo, lógicamente fue la más afectada; no es lógico esperar que alguien se cruce de brazos sabiendo que se va a morir su compañero de vida. Ante mis dudas de perseverar en el matrimonio, me dijo expresamente que era su mejor amiga y que iba a extrañarme, pero que no podría perdonarse que me privara de la felicidad que ella había vivido con mi taita, que no reculara. Supongo que en el entorno, fui la pequeña primera pérdida de ese 2001.
Fue la férrea promotora de la última quimioterapia, por lo que luego se culpó bastante, pensando que eso fue la causa directa de la muerte de Juanito. En el velorio y el funeral estuvo tan entera que daban escalofríos. Y luego vino la puta viudez, maldito estado antinatural.
Todos dicen que la cara le cambió cuando quedé embarazada de la Cata. Cuando nació mi hija, mi madre resucitó, le volvieron los colores al rostro, su sonrisa era, de nuevo, desde el fondo del corazón.
En el intertanto, jamás dejó de hacerse responsables de sus papás, los tatas, y durante algo así como 15 años ha asumido estoica el rol de hija-ogro, hija-madre, hija-ecónoma, hija-secretaria, hija-asistente... Mis tíos han vivido con serenidad su falta de responsabilidades respecto de sus padres, no sé si concientemente o en una ingenuidad algo tonta, y en ese orden de cosas la situación se mantuvo hasta hoy.
Hace algunas horas, me llamó mi mamá para decirme que los abuelos han decidido seguir a la hija menor en una arriesgada empresa en una pequeña caleta 1 hora al norte de acá. Mi abuela tiene 78 año y mi tata 80, no tienen una salud estable, sus finanzas son precarias y en la costa tendrían que vivir, al menos por un tiempo, bastante hacinados con mi tía y su familia.
Por un lado, me preocupan los viejitos. Por otro, mis primos, que aún son niños y pasarán de una escuela nivel regular a una menos que eso. Y me preocupa, por sobre todo, mi pobre vieja chica, que cada día queda más sola, que ve que sólo se quedan a su lado mientras es útil a la gente, que se desespera porque sus hermanos no son capaces de plantear un razonamiento lógico y ella está agotada de ser la gruñona malas pulgas que aportilla los planes ajenos.
En mi familia, casi todos me oyen y me respetan, y hay quien hasta me hace caso. Estas líneas tuvieron por único objetivo sacar la bronca que todo esto me produjo, porque espero tener serenidad para conversar durante el fin de semana.
En todo caso, espero que mi buen Jesús acompañe a mis abuelitos en esta idea loca que ahora los ocupa. Este frío que siento en el pecho me insinúa que lo van a necesitar más que nunca...

lunes, diciembre 04, 2006

La Cata (o mamá... pipí...)


Acabo de notar que en este blog no hay nada acerca de la Cata. Ni pensar en sentirme culpable por eso, porque durante meses mantuve el space, de hotmail, plagado de fotos y entradas de mi corazón, mi milagro, mi ángel, el sueño de mi vida... no hay palabras cliché ni remilgos cuando una madre habla de su hija, así que no me importa que suene a frases hechas porque en realidad, tras siglos de humanidad, no pretendo la soberbia de instaurar una nueva.

Siempre me gustó el cabrerío chico, pero creo que cuando nació Nicolás, en diciembre del 99, me afloró la maternidad en plenitud. Ese enano me hizo desear, por primera vez, que alguien me mirara con esos ojitos con que él miraba a su mamita; que ese olorcito a leche, jabón de glicerina y colonia de guagua fueran cotidianos en mi vida; que hubiese una personita pequeña que se serenase con mi respiración.

Y un día de febrero del 2004, entre el dolor de pechugas y el retraso de la regla, tuve la confirmación de que iba ser mamá. SER MAMÁ... qué loco... todas mis amigas que ya habían recibido la noticia se hacían un manojo de nervios y yo lo único que sentía era felicidad, no me cabía otra cosa en el pecho...
Recuerdo hartas cosas de esas semanas: la primera ecografía en que era apenas una lenteja con vena, la sensación de mariposas cuando empezó a moverse, el asombro el día en que sacó su talón por debajo de mis costillas, o cuando saltaba para todos lados al darle las buenas noches... creo que desde que supe que existía, la Cata me ha dado puras satisfacciones, puras ilusiones bellas. Hasta cuando peleamos me da cierto agrado notar que siempre sabe lo que quiere y tiene la tenacidad de su padre para conseguirlo...
Hoy la Cata tiene 26 meses, va al jardín infantil, canta canciones breves, come sola, aún baila cada vez que oye música, toca el tambor y, desde esta semana, ya no usa pañales. Será que una exagera demasiado o quizás que sólo los padres lo entienden justo en el tiempo en que su niño comienza a avisar, pero yo en serio siento que esto significa que ha dejado de ser un bebé. Me impacta y emociona incluso más que la primera vez que se mantuvo sentada sola, o cuando caminó, incluso cuando dijo mamá... este es el primer gran esfuerzo de su parte, su primer signo de madurez en el crecimiento, y si me emociona es porque no puedo creer que hace tan poco tiempo ni siquiera estaba en mi vida.
Mi abuela siempre me decía que la vida se pasa rápido, sobre todo con hijos, y yo creía que era reflexión típica de viejita; pero es innegable, con la Cata todo ha pasado en apenas un par de pestañeos que en realidad son 2 años de mi vida... 16 procesos como ese hacen mi vida completa! qué fuerte!
Ahora estamos preparándonos para quedar embarazados otra vez. Un Juanma, o una Laurita, otro comienzo lleno de emociones y esta vez, esperados por 3. No entiendo cómo alguien puede preguntarme por qué creo en Dios.