lunes, noviembre 27, 2006

El cuento corto nunca es corto

abro mi corazón y mi mente a quién me observa en este momento, en la conciencia permanente que soy el confesor habitual, el paño de lágrimas, el receptáculo de lo que no se dice ni se comenta

sereno mis manos, mis hombros, mi plexo solar. toda mi atención está puesta en esos ojos que dicen mucho más de lo que jamás dirá esa boca llena de confusiones y esa mente que se debate entre la corrección y el instinto

si en verdad existen los chacras, siento como el quinto de ellos gira lentamente (es un hecho, jamás podría ser un maestro) al conectarme con ese otro que sólo desea liberarse, porque que yo conozca sus secretos dista mucho de que quiera realmente compartirlos conmigo

"perdóneme padre, he pecado". yo deseo sacar de golpe todo el polvo que envuelve cada sílaba que pronuncia. "absuélvame en el nombre del señor, que estoy arrepentido". debo mantener la concentración para no sacudirlo y gritarle en su cara que por quinta vez en el año repite la misma frase. "yo no sabía lo que hacía". cómo si en verdad yo pudiera olvidar un relato como el que, cada cuantos domingos, apretuja entre las lecturas de la misa

y yo, simple servidor de quien en verdad puede perdonar, absolver y creer, no tengo más remedio que mirarle a los ojos para intentar que el verdadero señor mire a través de ellos y toque ese corazón de tosca roca que repite palabras memorizadas a los 12 años, diciéndole una vez, otra vez y por enésima vez "puedes irte hijo mío, tus pecados están perdonados". pero ya se incorpora y no alcanza a oír el corolario de nuestro rito "no vuelvas a pecar"

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