jueves, abril 26, 2007

Discenso, discusiones y lenguas diversas

Según relata el capítulo 11 del Libro del Génesis (sí, la Biblia), en los primeros tiempos todo el mundo hablaba la misma lengua, y el hecho de entenderse permitió a los hombres hacer grandes cosas... todos estos logros nos llenaron de soberbia y, creyéndonos dioses, pretendimos la construcción de una torre inmensa que tocase el cielo. Dios castigó nuestra falta de humildad confundiendo el lenguaje "de modo que no entienda cada cual el lenguaje de su próximo".

En nuestro globalizado y políglota mundo, la diferencia de lenguas es, a mi modesto entender, inspiración de políticas públicas, privadas y personales de educación y sólo eso. Piénsese en el jovencito tradicionalmente flojonazo en los estudios, que encuentra la manera gráfica y funcional de comunicarse con su nueva cibernovia hindú.
Ojo, que no estoy emitiendo un juicio acerca de la importancia de entender y hablar idiomas distintos al de origen. Sí creo que el hecho de ser mono o políglota carece de importancia humana, porque el problema social de no entendernos no deviene de hablar o no la misma lengua.

En lo primero en lo que pienso es en lo triste que me parece que mi generación (la generación perdida, los hijos del régimen, la generación de los 80' tirando pa' los 90', los treintañeros) carezca de una política de discenso. La mayoría de las veces, parece de tan mal gusto pensar distinto a la mayoría y elegir vestirse de un modo diverso, vivir bajo cánones propios y, sobre todo pensar en forma autónoma. Qué serenos son los asados con amigos cuando la diferencia de opinión está en cuál es el mejor equipo de fútbol nacional o si Brad Pitt hizo bien en irse con la Jolie. Y qué susto cuando alguien osa rebatir a quién piensa que el gobierno, o la oposición, o la curia, o el empresariado, en realidad no lo hacen tan mal, poniendo ejemplos concretos de aquello en lo que aportan y aquello en lo que la cagan; o sea, de opinar sin ser un "partidario".
La frase "es mejor no hablar de política" o "la religión es un tema complicado" es más cliché que decir "te amo, mamita", y no porque no tengamos opinión, sino porque nos aterra disentir. Será la teoría de los consensos, que inspiró los primeros gobiernos democráticos que nos tocó contemplar desde la universidad y que, por tanto, nos parecen el mal menor?

Personalmente creo que es triste, pero creo que es incluso más profundamente preocupante que, cuando alguien es capaz de asumir que no piensa como su interlocutor, parece que instantáneamente deja de oír. Porque si se tiene miedo a disentir, se siente pánico a discutir.
Irse a las manos sería ridículo, no pienso en eso; pienso en la cantidad de tiempo que hemos perdido mi marido y yo, mi mamá y yo, mi hermana y yo, mi hermana y mi mamá, en conversaciones en las que por horas hablamos los dos, pero nadie escucha; pienso en las veces en que me han criticado y me he ofuscado tanto que he necesitado salir a dar una vuelta antes de volver al tema, pues si digo algo al momento, seguro que la cago; pienso en las innumerables veces en que alguien me ha hecho ver algo que le molesta de mí e inmediatamente cierra el diálogo diciendo que no quiere volver a tocar el tema (debo recordarles que el derecho a réplica tiene protección constitucional?!).
Mi padre me enseñó el valor de argumentar. Aunque no siempre estuvimos de acuerdo, desarrolló fundamentos para explicarme por qué se oponía a Pinochet, por qué no creía en la economía de libre mercado, por qué cotizaba en el Fonasa y no en una Isapre, por qué creía en Jesucristo por sobre todas las cosas; hasta por qué me amaba, por qué se había casado, por qué no tenía cuenta corriente y por qué trabajaba apatronado. Y yo, en mi entrañable admiración por ese hombre junto al que caminé durante 26 años de mi vida, aprendí a hacer el esfuerzo diario de argumentar mis actos, mis omisiones, mi fe y mis emociones. Pero en muy escasas ocasiones me he sentido frente a un interlocutor, aunque reconozco parte de la responsabilidad en mi pecado capital, la ira (para no guardar silencio a quienes debo reconocer, mis respetos y recuerdos a Juan Pizarro - mi padre - Gonzalo Guerrero, Monse Lobos y Rodrigo Ferrari, los mejores panelistas del programa de mi vida).
Pienso que, ante nuestra incapacidad de asumir las diferencias, y nuestra escasa disposición a encausar una discusión inteligente, que en el mundo existan un sin fin de lenguas es un detalle. Y me pregunto si Dios nuevamente controla nuestra soberbia de querer convertirnos en él a través de la confusión del lenguaje (de la ambición y de la envidia también, aunque no tengan que ver con todo lo que he escrito hoy).

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